21 de enero de 2010

El libro de los viernes de Gilberto Hernández Matos
Ángel M. Encarnación


Con esta obra Gilberto Hernández, poeta puertorriqueño representante de la generación del setenta, nos somete a una poesía dialógica, profundamente dialógica y absorta en esa estructura, junto a otros quehaceres poéticos y las filosofías que estos sistemas arrastran tras de sí. Edgard Allan Poe, Baudelaire, Mío Cid, Ezra Pound, T.S. Elliot, Drummond de Andrade, Vallejo, Corretjer, Pessoa, Neruda, Borges, Darío, Soto Vélez, Rivera Chevrermont y tantos otros entran en un delirante conversatorio poético que nos cautiva, nos embriaga, nos confunde, nos engaña, nos convierte, ganándonos.


Tal vez sea una colección de libros. Sus partes nos dan ese indicio: "Poemas del héroe," p.6-54; "Poemas de la caída," p.54-69; "Memoria," p. 70-100; "Lo que nos queda," p. 101-25; " Días," p. 125-50; "Estaciones," p. 151-60; " Lluvia," p. 161-67; " Húcares," p.169-175; " Interludio," p.176-77; " Prosas de la necesidad," p. 178-83; " Río Piedras, ciudad que transito," p.184-208. Da lo mismo que sean varios libros o que sea sólo uno, su unidad es total; es igual la densidad; es igual el ritmo, el sometimiento a sorpresas constantes, la vaguedad, la atmósfera que se los recrea. Nos preocupa que entremos a un libro laberíntico del que no se puede salir con facilidad. Nunca sabremos cuándo se compuso la obra, ni alguna de sus partes, ni si somos parte de un truco que exhibe una aparente densa unidad y afán de coherencia para renunciar a ello a favor de la iconoclasia y la aleatoriedad.


Su primera división habla del héroe; éste solamente puede ser el que soporta el hastío de la vida actual, el que insiste en tener un nombre y vivir a pesar del vacío que intoxica, el que a pesar de todo aquello, no se ajusta a la miseria diaria, pero insiste en salir a la calle, esperando un cambio en el orbe en el que parece que la inteligencia ha muerto, que el saber y el arte son piezas en extinción. Hay que sortear el azar, el dolor, la sorpresa, el horror, la vergüenza, pero sobre todo, el hastío de ver en las mañanas que todo sigue igual. 


En esto consiste ser héroe:

Todo hombre mira asustado a su alrededor
cuando alguien grita fuego,
o cuando algo, como una piedra
golpea la pared de su conciencia.
(p.12)


Es saber morir dice, con Santo Tomás de Aquino; reconocer su crimen, con Oscar Wilde; apostar al pequeño David en contra del monstruoso Goliat: "Los héroes modernos tenemos la triste desgracia/ de no ser héroes/ de ser indiferentes transeúntes/ a los que nadie les reconoce su gesta," (p.19). Es el poeta el que se compara al David, el que pasa indiferente y nadie le reconoce su gesta, porque todo se pierde en un maremagno de palabras y poderes en recuerdos de gestas del medioevo, al lado del cine, la Internet y el tiempo, que sobre todas las cosas está entre lo más doloroso como el reconocimiento de que la mentira y el olvido es lo único eterno. El tiempo se encarga de probarlo y Gilberto, poeta maldito, shaman de la palabra que logra el encuentro entre los vivos y los muertos en su orbe lingüístico, se encarga de recordarlo.


Ciertamente se necesita se héroe para seguir viviendo y conservar el talento, amar el conocimiento, tener esperanza. Esta ha sido la constante humana que esta poesía descubre. Siempre existen esas fuerzas que dominan, que se encargan de anular el talento. Hernández se propone reconstruir el Génesis para comprobarlo, obligar la paloma a que regrese al arca (p.32) para celebrar otras formas y otras cualidades en héroes como Moisés, (p.33), Judas (p.34), San Pablo (p.35); a reconstruir una vez el ideario.


El conflicto está en los resultados ante la inutilidad, ante las tronchadas ilusiones, la fugacidad de los momentos de triunfo, las ansiedades perdidas, el peso del recuerdo. Entonces se descubre otro héroe en el que finge ilusiones, ansiedades, para cumplir su papel, quedando solo, sin fe. No puede haber heroísmos sin contradicciones, conflictos internos insalvables.


El tono conminatorio, sentencioso, retórico, confesional, conversacional, discursivo, se complementa constantemente con el final apocalíptico que domina y arrasa lapidariamente. Su afán es hacernos sentir que escuchemos un infortunio encarnado: el ser humano contemporáneo capaz, consciente, ajeno de ideologías, pero producto de ellas. Nada hay más triste en el fondo de estas verdades.


El libro de los vientos es otra búsqueda que, como la anterior desea descifrar al ser, esa multitud en espera de su nombre," (p.35), el hombre que se asea en las mañanas "como si aseara a dos hombres," (p.56), el que "cayó herido con su propio puñal de esperanzas," (p.61). Aquí hay un mal peor que todos los males: la fuerza de la costumbre. Esta es la maldición obtenida con la caída:

Cotidiana


Este es el puente que uso para mirar mis tristezas:
unos cabellos que fueron míos
mientras estuvieron, tenues,
puestos sobre mi almohada.
Este es el puente que uso para abordar mis desgracias:
unos zapatos que alguien dejó bajo la cama
mientras sus pies, una vez míos, se alejaban.
Este es el puente que uso para llegar al espejo:
cualquier muerto, cualquier difunto
en cualquier fúnebre cortejo.


Contemplamos este ser paseándose por las ciudades ante vitrinas justificando su deseo de seguir vivo. Lo vemos soñando para invocar la dicha mientras mata el tiempo (el espejo).


El poeta es ese ser presente, el de "Memoria." El tono en que nos habla cobra un mayor valor melancólico, pero a la vez un ludismo más evidente y salvador por permitirnos respirar más calmadamente. A esto anterior también contribuye el que los poemas estén titulados en su mayoría, compensación que nos sirve de asidero, de guía. Ahora no nos parece transitar por un pasadizo sin posible salida. Evoca en el recuerdo, lo que además de refugio es otra oportunidad de reconstruir los tiempos, el ente, la realidad. Los versos, las alusiones, los nombres, nos vuelven a versos anteriores como una cadena de alusiones en juego con el texto mismo. La memoria es constancia de que nada "repetirá su nombre para fijarlos sobre las aguas, (p.72). Se llega a la creencia de que solamente se es eterno en la fugacidad, de que se es memoria en el recuerdo de los muertos, (p.75), y la memoria en sí no es un recuerdo, si no una reconstrucción. Estamos en una galería de espejos en la que son tantos los reflejos, que se pierde la imagen verdadera.


En esta sección se incluye una prosa poética que aporta otra visión sobre la memoria y el absurdo en la que la memoria se convierte en juego, como la fantasía misma de la poesía. Por eso se concluye que la memoria no existe, contradictorio manotazo al exordio anterior y complemento de la verdad. El olvido tampoco existe, es una sustancia indefinida muy alejada de la verdad (p.85), es la constancia de estar vivo. Los objetos, de igual forma, nos dan esta constancia ante un mundo pasajero en el que "todo esplendor es falso", (p.89). Como falso taoísta insiste en que: "Sólo el aleteo/ de esa sombra del movimiento existe." Es mejor ser el muerto sin nombre, "al que el olvido no podrá tocar nunca," (p.91).


La memoria va más allá de los dotes que se entiende posee el hombre común, al que llama "tenue," que es feliz solamente si hace el amor, recibe su salario, se marcha lejos en sus vacaciones, cena en restaurantes de moda y no dice "me enfermo," porque puede burlarle a la muerte otro día. Su ambición mayor está en consumar la verdadera memoria de la humanidad, recrearla toda, abarcar el genuino pensamiento humano. Otra falacia, otra sombra, otra falsedad. Al fin y al cabo descubre que todos los seres humanos son iguales, tal vez como una sola entidad, la humanidad no desaparece porque se rescata del olvido. Esta es la función del arte y del pensamiento para el poeta.


El olvido, la muerte, es otra forma de reencarnar; ambos deseos (morir-reencarnar) están en el ser, como una verdad inherente. Ahora, entendiendo este fenómeno humano, entramos a "Lo que nos queda…", otras presencias, otras voces, entre ellas la de César Vallejo, poeta que una que otra vez se corría, se burlaba, de sí mismo. Retoma ese tono vallejiano del olvido para "correrse" todo el tiempo y burlarse de nosotros. Entre Vallejo y Miguel Hernández, el poeta logra desconcertarnos con el infame desconcierto de toda estética bien lograda.


Queda lo inevitable, junto a Miguel Hernández no podrá evitar el rayo de luz que no cesa (p.102) y hará una humorística competencia con Vallejo en medio de lo cual confesará que el andino era un hombre alegre frente a él, (p.105). Los seres estarán gastados y usados, serán sombras que, poetas tristes al fin, se persignan. Esta parte tiene un segundo motivo en el mar; será en ese mar que el ser escuchará los cantos de sirenas ("la fascinación del hombre que enfrenta su abismo," (p.115). La muerte, la mayor presencia de este cuaderno, siempre ejercerá esa fascinación. De este modo, convertido, en mar, el texto recorrerá la distancia de siete poemas en los que será sueño, desierto, escondite, lo presentido, anuncio en cada gota o cuerpo de agua:

IV Quietud


¿Cómo vivir, si el espejo
de las alcantarillas te refleja en las calles?
Bailas, diminuto, en cada charco
pidiéndome que no te olvide.
Danzas en la lluvia en la que
gota a gota me persigues.
(p.119)


Ese mar insistente persigue, más en la isla poblada de gente, aislante, del ser mismo: la realidad de todo habitante del planeta que escucha los cantos de sirena. Y paralelo al mar corre la sangre, ese instinto de muerte, "el recuerdo," esa parte de nosotros que, genialmente, nos permite olvidar. La angustia de la existencia se sintetiza en estos poemas del mar. Usa voces típicas a nuestra tradición como gaviotas, costas, islas, puerto, orillas, azulez (nada de típica), cielo, meridiano, coral, puente, rumor. Es un patente homenaje a los trascendentalistas, a los existencialistas, a Salinas y otros, por medios de alusiones e intertextualidad.


"Días," retoma la filosofía inicial de la lucha contra el tedio cotidiano, el tema de la memoria y el de la caída. Aquí reafirmamos lo ya dicho, que este libro está estrechamente enlazado en temas y tratamientos. Es una de esas obras circulares que aunque se publique independientemente, libro por libro, es una sola. El mismo tratamiento concretizador que le dio al olvido y a la memoria lo aplica a los días, los que son sol, sonidos de voces, rostros, agua, vejez, parodia (p.127). Reencontramos al poeta descreído, el que ha jurado en vano, pero se comporta frente a sus falacias con tesón, como el héroe que proclamó ser al principio.


Esto se nos advierte con sarcasmo, mientras se destroza el significado material de los lunes, los domingos, las horas, los miércoles y los viernes. Todo lo sucedido en estos días no es más que una broma, un identificarse con el prójimo o consigo mismo, porque siempre se está frente a un espejo. Todo es perplejidad, contradicción: "Al fin de cuentas, un poema triste/ puede escribirlo hasta el hombre más feliz de la tierra," (p.133).


"El poema de los viernes," (p.135) es muy significativo, ya que nos remite al título de la colección.

Los viernes han venido a buscarme.
Ya no se hacen esperar, como antes,
seis días a la semana.
Ahora me asaltan a toda hora,
cada día, a la menor provocación.
Como tristezas apresuradas
los descubro disfrazados
de días de fiesta,
de domingos alborotados
y de sábados que no quieren morirse.
La semana se ha quedado ahí,
en un solo día,
que no sabe si llagar o irse.


Se nos cae todo lo imaginado, lo esperado ante el título del cuaderno, los viernes son todo los días, pero tampoco existen estos días, son un tiempo estancado en la memoria, es la eternidad sin tiempo, (p.136).


Otros signos que eslabonan los temas y tratamientos de las otras partes son el agua, la lluvia, el río, la desdicha, la tristeza, el mar, la poesía, el olvido, la nostalgia, el hastío, la desdicha, y el poeta de nombre Gilberto. Estamos leyendo un solo poema en una lectura circular que es una parodia de la vida, la que se reconstruye en cada desenlace.


"Estaciones" vendrá a certificar este presentimiento, pero no tendremos más remedio que acatar las reglas impuestas por el autor y aceptar sus imposiciones, sus retos. En "Ciclo" insiste que los seres "se repiten," que las estaciones son "vueltas físicas en un mismo prado," siempre, apunta con sarcasmo, "el regreso regresa." Las estaciones son el género humano que se comporta cíclicamente. Habrá disfrute, deleite de las estaciones hasta que de repente nos llegue el verano y luego el invierno. Se quiere parodiar uno de esos grandes libros de la humanidad como el Génesis, El libro de los muertos, El Popol Vuh, el Ramayana, el Poema de Gilgamesh. Peor aún, como Borges, juega con la idea de que lo está reescribiendo. Sarcásticamente desea que lo pensemos como la reencarnación de Espinoza, de Zenón, de Zaratrustra, de Vallejo, de Ulises. Todo es posible en la magia de la palabra, le seguimos el juego, pero sabemos que ya somos, los lectores, tan autores como aquellos y el emisor; que esta poesía es tan propia del creador, tan puertorriqueña como del mundo entero.


"Lluvia" es el encuentro definitivo con el agua junto a "Húcares,"su extensión, porque los árboles también son agua y el ser, de igual manera, (p.180). Los caligramas o construccionismos de estas partes provocan efectos visuales y sonoros. Nuestra mente recompone estos efectos con insistencia, sus diseños se graban en la memoria parcial del lector. El libro nos invita a descifrar significados mágicos y cabalísticos casi espantándonos. Ya sabemos que nada nos sorprenderá, al final del camino oiremos al poeta decir con sorna: "no hay nada serio bajo el sol. Ha logrado agotar en su poesía las imágenes, las alusiones a lo cotidiano y asume como un semi dios el efecto benigno y maligno de ese universo. Somos árboles y somos lluvia, encuentros y reencuentros, producto de un devenir. Cambiamos el juicio que acaso pudiéramos haber tenido al principio de que este libro encerraba el pesimismo más desastroso. No puede confundirse la resignación de hallarse como una estructura mortal mientras se desea la eternidad a la vez que se reconoce que ello no existe, con el pesimismo. El poeta sólo puede aspirar a reconocer su propio árbol entre tantos otros.


El árbol aspira al cielo, es "abrazo trunco," "imposibilidad tendida al aire," (p.175). La lluvia es el "nacimiento de todas las cosas que no estaban," (p.166), eterno tema del principio de la vida. Son caminos filosóficos de entraña oriental. En este apartado poesía es profundidad, pensamiento; por eso afirma que el poeta es quien conoce el secreto de la vida, quien deberá resignarse a ir de la vida al olvido oscuro, (p.177). Pero como ansía convertirse en una summa poética, parodia en "Interludio" el estilo de Jorge Manrique y otros, en el que dulce es morir, pero "morir callando." Un poco antes había aludido a Darío. En las postrimerías de sus libros, o secciones, parodia discursos que surgieron en las postrimerías de épocas y estilos para identificarse con la época que le toca vivir, para comunicarnos algo más que conocimiento de las estructuras del discurso.


"Prosas de la necesidad" insiste en recomponer la historia, el diálogo intertextual con tantos otros autores y con la obra misma, la que sigue mirándose, afirmándose y contradiciéndose a la vez que se reconstruye. La tesis de que el hombre nació para la tristeza, que ésta fue la condena genética, continúa alrededor del viernes. La condena provino del conocimiento, advenir a él, desear llegar a ser igual al Señor en conocimiento, convirtió al ser humano en un paria sobre la faz de la tierra: "Sabes que morirás este día acaso sin sentirlo, y que todos los días de tu vida te sentirás fuera del paraíso porque has tomado tu propia tristeza de compañía. Entonces la pareja salió del paraíso a buscar su propia soledad, y el Señor se quedó en el huerto anticipando la propia," ("Nuevo Génesis," p.178).


Por eso el poeta está condenado a ser triste, poesía y conocimiento se equiparan:


3
De tenue resplandor la primera luz. No el acento que duele al ojo, sino el viernes insensato, anodino pero triste en las tardes. Siempre algo duele, siempre algo nos dice hondo, pero mejor no profundizar, no escribir en esa línea que espera su encuentro con la letra. Yo disimulo. Hago sombras serenas sobre el papel pero no escribo lo duro de nada, no sea que el día crea que soy poeta, que habito la farsa de los acentos, que puedo los viernes vencer mi indolencia.

6
Verdad indudable: cuando el hombre está alegre está para el otro, cuando está triste está para sí. (p.179)


Es una verdad que afecta, pero el tono de juego resignado aminora los efectos y podemos disfrutar el lenguaje, la cercanía del mensaje. Estas prosas son reconstrucciones, o parodias de obras, muchas de ellas puntales en la formación del poeta, otras de la civilización. Una de ellas "Historia del desamparo, retoma el tema del agua, la tormenta y lo marino. Contra las tormentas no se tiene nada, dice, "hasta me ponen triste, y no hay nada que me ponga más alegre que la tristeza," (p.180).


Los seres humanos nos reflejamos en estos versos, que son nuestro espejo, nuestra verdad, nuestra flaqueza; la única salida es reírnos de nosotros mismos. Solamente el poeta, el conocedor, puede hacerlo, solamente por medio de la poesía llegamos a este estadio de poder reírnos de nuestras flaquezas. Con estas reflexiones entendemos que somos productos de estas dos grandes contradicciones del libro: la tristeza nos hace felices, la memoria es necesaria para el olvido. Entendemos que conocer es sufrir, pero la sabiduría libera después de todo, nos hace sentirnos en ese estadio cercano de Dios. Ahí está la memoria de lo que ha sido el ser humano. El comienzo de la felicidad consiste en olvidar y volver a reconstruirse; volver a empezar lo ya construido luego de su destrucción. Esa es la subsistencia, el ser debe construirse y reconstruirse continuamente, de lo contrario desaparecerá. Así es el arte, que es uno solo porque se reconstruye de otras obras ya hechas. Así es la poesía.


Con estas reflexiones densas, salvadoras y dañinas llegamos al libro final de este texto bíblico sobre la verdad del arte y del pensamiento humano: "Río Piedras, ciudad que transito." Ahora transitamos por la realidad física de un entorno urbano. Es una ciudad desolada, sin historia, que no es, ni puede ser, Itaca, sin Arcos de Triunfo, que jamás ha sido invadida, pero que mira agradecida. "Son invisibles las ciudades;" cada cual lleva una dentro. Es la ciudad sinónimo del ser, el que denomina hombre, con esa palabra precisada hoy como excluyente, porque insiste en parodiar los textos canónicos y autobiográficos.


En diálogo con la ciudad como una amante a veces, una amiga, una madre, una enemiga, un consuelo, un reflejo. La ciudad del mundo actual despersonalizada, sin nombre y ajena, pero necesaria aunque por más concurrida siempre aparezca solitaria. La ciudad que soy yo mismo, nos advierte, se va convirtiendo en un espejismo, en un desierto de arenas que forman un extenso camino, una zona misteriosa e indescifrable, una rueda, un cementerio. No es más que el texto mismo que tenemos en nuestras manos, convertido en una evocación nostálgica de sus secretos. No es más que un espejo que concluye con "Instrucciones para despedirse de una ciudad," veladas instrucciones para despedirnos de la lectura.

Publicado originalmente en
http://www.palabrajena.com

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