20 de enero de 2010

La razones del nombre:
Pablo Neruda
Gilberto Hernández Matos

Una serena noche de 1924 Neftalí Reyes, un delgado joven de Chile, se asomó a una vieja libreta en intención de escribir los versos más tristes. No lo hizo por razones que, hoy vistas, podrían parecer superficiales: alguien cantaba a lo lejos –a lo lejos- como si fuera uno de esos sonidos que distraen los ánimos, y, además, el viento de la noche giraba en el cielo y cantaba. Demasiado ruido quizás para concentrarse en escribir los versos más tristes. Y, para que no parezca poco, el poeta estaba confundido con sus propios sentimientos, ni siquiera sabía si quería o no a la amada a quien componía sus versos: Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Mucha confusión quizás para hacer buenos versos. La justificación que daba para tan confuso estado, es tan corto el amor y es tan largo el olvido, como si lo efímero de las cosas en choque con su añoranza hiciera perder la perspectiva del presente, sólo es entendible a la luz de estos tiempos en que nada se añora, y las cosas se tienen sólo para servir de asidero a las que están por venir. Pero, sea cual sea el caso, quizá fue esa confusión la que le impidió escribir los versos más tristes.


Puedo escribir los versos, dijo. Puedo. Pero no lo hizo.

En su lugar escribió un ejemplo que hoy nos resistimos a creer como el mejor ejemplo de tristeza: escribir, por ejemplo, la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros a lo lejos. Y todavía haya quien piense, y quizá la razón le asista, que esos versos rayaban incluso en la alegría.


No sé, quizá debamos suponer que Neftalí Reyes de verdad estaba triste, tan triste que confundía unos versos sencillos como esos con un ejemplo de tristeza. A fin de cuentas una noche estrellada puede ser tan triste o alegre como el ojo que la mira.


Pero lo que haya ocurrido aquella noche ya nunca lo sabremos. Pudo escribir los versos más tristes, pero no lo hizo. En su lugar preparó un cuaderno de poemas de amor, inicialmente unos doce poemas, y cuando finalmente tuvo la suma de 20, los llevó a publicar. Y una canción, desesperada, que incluyó en su junte.


Renunciado a los versos más tristes, el delgado joven renunció a todo. A llamarse Neftalí Reyes, y hasta a pasearse por el mundo con poco peso a cuestas. Y de un tirón prefirió ser otro, un tal Pablo Neruda, y llegarse hasta su epitafio con ese nombre.


Y ahora perdonen la digresión como si viniera al caso: hay preguntas que son impertinentes pero importantes, y de ahí, sobre eso, la pregunta de Juan Ramón Jiménez, “Pablo Neruda, y ¿por qué no Neftalí Reyes?, aunque no sabemos si el poeta de Moguer buscaba alguna respuesta o deleitarse en preguntar. Pero al caso nada importa, no hay respuesta final a esa pregunta. La historia de ese nombre es tan incierta como aquellos versos no escritos. Por Jan Neruda, el poeta checo, afirmó el chileno sobre su decisión a la par que dejaba sugerencias abiertas para que se pensara que era su homenaje a un triste personaje de Conan Doyle. Quizá las dos cosas son ciertas, o una de ellas, o ninguna. O alguna otra. No sé. Quizá debió llamarse Pablo Neruda porque sí, y la pregunta contraria, Neftalí Reyes, ¿y por qué no Pablo Neruda?, hubiese sido la correcta.


Como sea. Una larga sucesión de libros luego de este, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, su segundo libro, vino luego.


En esos libros habló América, hablaron los obreros, se retrataron las amadas, se recordaron los dolores, se enjuiciaron dictadores, y hasta se nombraron los seres y las cosas en su resplandeciente sencillez. Hubo en todo esto poemas sí dolorosos, trises algunos de ellos, pero no los más tristes de ninguna noche.


Pablo Neruda no pudo ser Vallejo, y la viceversa debe ser igualmente cierta. Pero pudo haber escrito los versos más tristes una noche, y no lo hizo. Y quizá sea mejor que permanezcan en blanco, y ya para siempre. Porque hubiesen sido tristes. Realmente tristes. Tristísimos.

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