3 de junio de 2020

Catorce aproximaciones al Soneto de las Estrellas de Esteban Valdés

 

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 1.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

El primer verso del Soneto de las Estrellas es, de entrada, demasiado triste para contenerse en las 11 sílabas que lo encierran, por lo que constituye un acierto ominoso haberlo construido en estrellas, esos soles de distancia luminosa que hacen huecos en el toldo de la noche para que sepamos que no todo está perdido. Cuando leemos en el soneto que (y traduzco, explico o sugiero del mismo) “las estrellas y las estrellas y las estrellas”, sentimos un azote de alegría que nos retrae a la ensoñación de esperanza que nos trajo originalmente al mundo. Es grato observar que el elemento reflexivo en este primer verso nos recuerda que, muy probablemente, pese a todo nacimiento a la luz, somos mortales. Así que de este primer verso ‑nunca estudiado muy a fondo dada su complejidad‑, podrían decirse tantas y tantas estrellas.


 2.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Suelo leer, con alguna parsimonia en las tardes, el Soneto de las Estrellas mientras el sol declina y espero por ellas y su fulgurante entrada. Sin embargo, ayer tarde (o la semana pasada, o el pasado año, no recuerdo la fecha del suceso) mientras lo leía me asaltó la duda de cuál era la musicalidad del Soneto de las Estrellas dado el parpadeo incesante de sus líneas.  Aun cuando de primera intención (o de segunda, también es impreciso el recuerdo) reparé en la facilidad con la que puede apreciarse que el ritmo musical del soneto es yámbico. Las estrellas, que prenden y apagan, que son pulsares inquietos pero fijos, establecían, a primeras luces, un acento rítmico ditirámbico pues la penúltima sílaba del verso (regularmente condicionante de la musicalidad salvo que no haya disonancias marcadas) estaba acentuada. Sin embargo, tras mirar levemente una rosa (¿o era un eucalipto?) que nacía en el patio y volver mis ojos al soneto noté, con extrema facilidad igualmente, que el ritmo, dada su acentuación espaciada a la tercera o cuarta sílaba, realmente era trocaico. Ya algo sonreído (o preocupado, no recuerdo mis emociones de entonces) una tercera lectura (o cuarta o quinta, no importa), me reveló la verdad: el Soneto de la estrellas tiene todas las métricas, pasa por todas las acentuaciones, pasa por todos los caminos, pues, como el Tao de las letras, alumbra todas las noches y ninguna.

 

3.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

La década del 70 fue la década de la esperanza. Creíamos que, eslabonados a la lucha de los sesenta y sus reivindicaciones sociales, un proceso darwiniano-marxista-judío, en donde todo es para adelante y progresivo, en donde si todo se desvía hacia atrás es, con toda justicia etimológica, un atraso, nos correspondía a nosotros iluminarnos con la verdad y alumbrar, en su consecuencia, la ruta de la humanidad que habría de seguir tras nosotros. Creíamos, con toda buena fe, que hasta Supermán mismo descubriría qué cosa significaba aquello de luchar por la verdad y la justicia y lo implementaría en sus recorridos por el mundo. En medio de todo aquello, de las luchas y su sacrificio, pero sin sucumbir al anhelo que confunde como verdad lo que solo corresponde al deseo, se encontraba Esteban, percibiendo, con su fino sentido del humor que, más allá de todos nuestros ardores, aun le faltaba mucho a la lucha. Advirtiendo que no deberíamos decaer cuando, creyendo que habíamos conseguido las reivindicaciones que buscábamos, las viéramos caer a nuestro lado. Sabía que en los 70 muchos de los de los hombros que parecían distribuir entre ellos el peso de nuestras cargas, realmente buscaban, desde la oscura traición, nuestras espaldas para dar su estocada. Nos sentíamos victoriosos, y llenos de nosotros mismos no imaginábamos que nos faltaba aun surcar por muchas aguas de ignominia y dolor ante la lucha que nos faltaba.  Entonces Esteban se sentó y nos marcó la guía. Escribió el Soneto de las Estrellas.

 

4.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

En la historiografía literaria puertorriqueña las disrupciones son aparentes y, cuando más, siempre producen síntesis que anudan racional y formalmente nuestra historia con el tiempo. La poesía concreta, y, en particular el Soneto de las estrellas (quizá el epítome de esta poesía, o, cuanto menos, su representatividad gráfica más evidente) podría parecer un hiato, una aparente disrupción a esta historia, pero no lo es, ni formal ni esencialmente., una vez miramos el flujo de corriente literaria que ocupara. Como antecedente de contenido poético dejábamos atrás la generación del 47, la llamada escuela trascendentalista ‑hoy injusta e inmerecidamente relegada al ostracismo literario‑, y nos aveníamos a la entrada de la poesía del 60, fuertemente marcada por la poesía social rusa (Mayakovsky, Evtuchenko), cubana (Guillén) y española (Blas de Otero). El movimiento (sic) trascendentalista, formalmente hablando, se daba al uso de estructuras mayoritariamente tradicionales o, por lo menos, nada disonantes a la escritura de su época, y al tema de la existencia como un tránsito hacia la integración con Dios o, con lo que se entendía lo mismo, con la Plenitud (entiéndase, ni la existencia sartreana ni el tránsito nitszheniano). Los poetas del 60, recipientes directos de la política del Estado Libre Asociado, calificaron la posición trascendentalista como una postura que inducía a la enajenación y a la adscripción del sistema político tanto por la univocidad de su tema como por la quietud de su expresión estilística.   Ya más explayados en temas y formas que ninguna otra generación o promoción anterior, los poetas del 70, si bien establecieron sus posiciones en relación a la poesía del 60, prosiguieron su creación literaria sin profundizar mucho sobre aquella vieja polémica, dado el caso, entre otras cosas, que tampoco era su deber hacerlo. La aparición de la poética de Esteban Valdés en el panorama fue, sin duda alguna, una ruptura a la vez que una cobertura de todo aquello. Aun su poesía pudiese no entenderse por los poetas formales -no puedo pretender decir que hubo una reflexión plena sobre su trabajo y significado-, su poesía, verbi gracia el Soneto de las Estrellas, era una expresión tan revolucionaria en su contenido y forma como religiosa y/o contemplativa en su hermenéutica posible.  El acercamiento propuesto por el poema iba más allá del entendido de la razón sobre el mismo: era un acercamiento nouménico, de esencia, donde la forma consistía en el contenido mismo.

Creo que uno de los nudos de mayor unión entre los trabajos literarios de nuestra historiografía literaria es este Soneto. No hay nada más revolucionario, nada más propio que la libertad de creación, ni hay nada más hermoso que pueda contemplarse en una tarde y que nos diga que queremos la justicia social porque somos criaturas trascendentes sobre este planeta.


 5.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Del Soneto de las Estrellas se dice ‑o por mejor decir, yo lo digo‑, que es una respuesta al poema “Cuando escuché al sabio astrónomo” del bardo norteamericano Walt Whitman. Sobre esto me parece pertinente observar que sobre este escrito todas las expresiones críticas pueden ser ciertas en tanto que las estrellas son expresiones parménicas heraclitianas que, aun cuando siempre estén diciendo lo mismo igualmente están expresando otra cosa. Esto es, la diferencia y la similitud del Soneto de las Estrellas con el infinito mismo predispone a que sea cierta cualquier aseveración que se haga sobre él. Pero se hace necesario observar que el poeta norteamericano exponía en su poema que no obstante los predicados científicos que pudieran hacerse sobre las estrellas estas (las estrellas) eclipsarían cualquier explicación con su magnificencia y belleza. Para que esto fuera posible, exponía Whitman en su poema, solo bastaba, tras escuchar una conferencia sobre las estrellas, salir a observarlas en una noche estrellada. La afirmación del poeta puertorriqueño–mexicano Esteban Valdés va más allá de esta expresión, pues aquí no hay que salir afuera a observar el cielo, como en Whitman, sino que se construye el tapiado de estrellas y se coloca al alcance de quienes, como nosotros en la actualidad, estamos privados de esta observancia dada la contaminación lumínica de nuestras noches.

 

6.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

El Tao del Soneto de las estrellas. 

Hay quien dice, y no está exento de razón, que el Soneto de las Estrellas no existe en sí mismo, que es un código cifrado, una carta de navegación, ya sea que se esté extraviado o no en la noche o en cualquier otra parte del día.  Conforme a esta creencia podría incluso suponerse que su lectura es continua, multitonal, e infinita. Por eso hay quien lo ve y no lo lee, quien lo lee y no lo ve.

 

7.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Se dice que, en una nostalgia futurista Esteban Valdés una vez vio el cielo. Cuentan las leyendas y los recuerdos que salía una noche de la avenida Ponce de León, en Río Piedras, en una aburrida caminata cuando alzó su vista y miró el cielo. Hay quienes afirman que fue saliendo de Capetillo después de una práctica de karate cuando venía cansado y vio lo que querían decirle las estrellas. Otros afirman que venía ligero de equipaje de la una lectura de poesía en la avenida Universidad por la cafetería Cabrera. Otros, los menos, menos, dicen que fue una noche estrellada que observó siendo apenas un niño. Como se ve, no hay certeza exacta que nos diga cuándo y cómo vio el milagro de esa noche y sus estrellas, pero todos sabemos que lo hizo. Que llegó a ver el cielo que habían visto los mayas y los aztecas, los asirios e incluso los antiguos atlantes. Que llegó a ver el cielo de nuestros campos más puros. Que lo hizo antes de que el cielo y las estrellas desaparecieran de nuestros ojos y nos regaló el milagro de su noche. 

 

8.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

A mediados del siglo XIV el astrónomo persa Abd al-Rahman ibn Umar al-Sufi, conocido como Azophi, escribió “El libro de las constelaciones”, el que, dada su importancia sería traducido siglos más tarde por Zakariya ibn Muhammad al-Qazwini, astrónomo turco-otómano, con el título de “Las maravillas de la creación”. Descritas las constelaciones por ambos astrónomos como conductoras de los seres humanos en tanto la orientación y guía que proporcionaban entendían que, por razón de una armonía mayor para las propias constelaciones debería existir una que las dibujara a todas ellas. A finales del siglo XX, el poeta Esteban Valdés encontró esa constelación mayor que sirve de guía a las propias estrellas. Fue en un soneto hecho de estrellas. Pero a diferencia de aquel primer libro escrito por Azophi, el Soneto de Esteban no hizo falta nunca traducirlo.

 

9.     ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

El Soneto de las Estrellas es un deja vu. Todo sabemos que una vez, en la noche de los tiempos, lo hemos leído.

 

10.˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Pocas veces se ha reparado en las semejanzas del Soneto de las Estrellas y las centurias de Miguel de Nostradamus. Avocadas a predecir casi cualquier futuro las centurias gozan, gracias a su falibilidad taxativa que las hace infalibles, de la única posibilidad de destino que puede tener todo lo que es humano: la posibilidad de ser real o no serlo. Así también el Soneto de las Estrellas, que abierto a todas las caligrafías y a todo orden de lectura es, como las centurias, el catalejo que lo anuncia todo, que muestra, en la exactitud del azar posible, la búsqueda del que quiere ver belleza, del que quiere ver tristeza, de quien quiera ver el avance de lo humano.

 

 11.˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Existía, en el Oriente Medio, en las montañas de Qumrán, una comunidad llamada los esthebanithas de la que se afirma fueron contemporáneos de los esenios, quienes se asentarían en sus cercanías buscando de su sabiduría. De esta comunidad de esthebanithas se sabe que practicaban un culto libre a la verdad y a la belleza, que eran pródigos en el comer, con amplio sentido del humor, y que no eran amigos de ser amigos de quienes no estimaran la verdad y la belleza cerca de sus vidas. Pues ha venido a ser noticia que en las montañas que le sirvieron de residencia se ha encontrado un antiguo pergamino que indica, si los des-cifradores han entendido bien, que existe el máximo poema a la belleza y la verdad escrito con las palabras más hermosas y certeras que de estas cosas pueda decirse. Ese poema contendría, según afirmaba esa comunidad, la propiedad exacta de la que está compuesto el universo, el número pi en su expresión mínima y máxima, y si alguna vez fuera leído en voz alta, el Todo, ya en su plenitud de belleza, se desharía por haberse nombrado a sí mismo. Ocurre que el mayor de los buscadores de ese poema total, residente de las lomas escarpadas de Río Piedras, dio con ese poema contenido en una vieja maquinilla. Fue un soneto, se dice. Y fue de las estrellas.

 

12.˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Atiborrado de sueños como imágenes Edwin Hubble, bajo la cúpula del observatorio de Mount Wilson, estimó que las nebulosas que se soñaban posesión de nuestro espacio eran, en realidad, formaciones de gases de estrellas que se encontraban más lejos de todo aquello que se creía que era nuestro espacio vecino. Y, para que la distancia nunca se agotara sobre sí misma descubrió que todo aquel polvo irradiado por las estrellas que componían las nebulosas, se alejaban sin cesar.

Años más tarde, y frente a una vieja maquinilla, atiborrado de esperanzas como un recuerdo ansioso del futuro, en medio del calor y la humedad del día, Esteban Valdés descubrió otra verdad acaso más asombrosa que la de Hubble: nada está lejos ni fuera de la galaxia, nada excede ni aminora los parsecs que miden las distancias incalculables. Todas las cosas que se marchan regresan sin cesar a nuestro pecho si queremos habitarlas.

Hubble vio las nebulosas alejarse para siempre y lo comprobó midiendo sus distancias. Esteban vio las estrellas acercarse y escribió un soneto.

 

13.˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

Una de las líneas del Soneto de las Estrellas (o quizá todas ellas) retrata el movimiento del río de Heráclito. El verso, que parece quieto, nunca lo está cuando parpadeamos el ojo. En su aparente quietud, retrata todos los encuentros, todas las despedidas, y aunque nunca es el mismo en los términos de su movimiento, parece estar fijo en su quietud de eterna belleza mientras sus pulsares nos engañan con su movimiento infinito.


 14.˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟ ˟

El Soneto de las Estrellas: la verdadera escritura

La maquinilla del astrónomo, la maquinilla del poeta concreto, la maquinilla del revolucionario, la maquinilla del karateca, la maquinilla del joven viejo sabio, la maquinilla de Esteban, no tenía el símbolo de estrellas. Él asegura haberlas dibujado con la grafía de la adición numérica. Pero eso no es cierto. Las estrellas sí salieron de sus dedos sobre la máquina para inundar el papel y nuestros sueños.

4 de diciembre de 2019






Somos pocos,
no hacemos falta,
y todavía hay quienes nos miran con desprecio.
El mejor premio, sabemos,
es que alguien nos obsequie con alguno de sus vinos
o que, mintiéndonos descaradamente, haya quien nos diga
que ha leído algo de nuestra poesía.
No saben un carajo para qué servimos,
no aciertan a comprender por qué es posible
que haya alguien que todavía nos tema,
y somos siempre la parte defectuosa de cada familia.

Pero no nos importa, igual proseguimos
como si la cosa del desdén no fuera con nosotros
y no nos preocupa
que haya quien finja que no cuenta con nuestra presencia.
Pueden quedarse tranquilos,
a fin de cuentas estamos muy enterados del asunto
y sabemos de qué va todo eso.

Seguimos en lo mismo,
regularmente nos gusta el café
las cobijas calientes cuando hace frío
le cogemos pena a los enfermos
queremos mucho a los amigos
y odiamos a todos los tiranos del mundo.

Como ven, nada especial tenemos
como no sea esta manía de hacer versos
y no dejar pasar nada por desapercibido.
Nada.

22 de octubre de 2019




El Hudson es ancho y ajeno.
Apenas cabe en tus ojos miopes
que miran hacia la libertad de las formas ocultas
pero una sola de sus gotas le bastó
para presentir tu presencia suave y almidonada
sobre el mundo.

Oculto en el silencio un sueño te acuciaba
y desde sus transparencias cálidas
un río corría a tus recuerdos:
Brotando de tus ojos un hilo de agua acechaba
en nuestra mesa
y cercaba nuestro diálogo sin apuros.

Sentado frente a mí murmurabas
"Ya todo está escrito,
no hay solidaridad entre los poetas puertorriqueños, 
todo es dolor y desconsuelo”,
y ese río encontraba eco en tu murmullo
y explayaba su falsa transparencia
en cada una de tus palabras.

El dolor no importa, te respondo.

Pero tú no escuchas.
Prefieres hablarme de Popa, de la muchacha dominicana
por la que una vez lo abandonaste todo,
y detrás de tu diálogo enardecido
el Hudson emprende su marcha
escondido en tu saliva de poeta tímido.

(Ese río que buscándote es ancho pero no es ajeno,
y tu sueño es la bandada de aviones diarios
que llegan a sus costas vistiéndolo de innoble indiferencia)

Ahogado en un mal café continúas murmurando
“El Libro de Sí, ese es mi libro. 
El anterior no,
pero no hay solidaridad entre los poetas puertorriqueños,
solo amor incestuoso, falso,
que nunca es correspondido”
y ríes divertido de tus palabras.

(Y el Hudson corre con más fuerza
hacia tus risas adoloridas 
como si fuera un eterno retorno,
como la fantasía nitcheniana
que vuelve una y otra vez a abrazarte)

Y en murmullo de augurios desde tu tristeza
la fatalidad te envuelve
y revelas una verdad que sonaba a fantasía:
“Tendré que morir pronto”, me dices.
“Lo haré yo o lo hará mi cuerpo,
pero ya todo está prescrito en el tiempo.
Una enfermedad me llevará
o me llevará el Hudson.”

(Ay Arnaldo, tú lo sabes,
los poetas nunca mentimos pero jamás decimos la verdad.
Entonces, ¿cómo creerte
si ajenos al tiempo y a las sombras
la luz y la oscuridad se confunden 
en nuestras bocas?
¿Cómo saber que hablabas en serio
si decir “me lanzaré al Hudson”
puede ser un verso tan bueno como cualquier otro
en la boca de un poeta?)

No habrá muerte, te digo, ignorando tu falseado verso,
y regresas a Pinguin y a tu relato de mal de amores
para esconderte de ti mismo,
para refugiarte en ese espacio
en el que estás siempre acechándote.

(Pero ya el Hudson se ha desatado irremediablemente
y ansioso de ti corre sediento hacia tu cuerpo,
porque ese río no tiene aguas,
porque ese río anda abrasado de soles,
porque ese río busca la hondura de sí mismo,
porque ese río se asfixia de una sed
que sólo los poetas pueden saciarle)

Y triste es el destino.
Yo sigo desconociendo de sus aguas,
sigo creyendo que todo es un verso mal escrito
que sale de tu boca.

Pero la realidad se levanta sin metáforas
y en un lugar del planeta
que no es la plaza en la que a diario tomamos café
el Hudson existe y se acuesta 
como un dragón de diamante
esperando por ti con falsa paciencia.
Acostado desde Nueva York a New Jersey
se estira sobre 506 kilómetros de longitud,
se revuelve con sus amplios lomos de agua
en los que ayer condujo antiguos exploradores,
en los que paseó barcos que hoy son leyenda,
y como una serpiente enardecida se desplaza
helando caminos a su paso,
recibiendo aviones que se estrellan en sus espaldas,
y espera con su rugir indolente 
tu memoria de poeta suicida
para alimentar de belleza la fuerza de sus aguas)

En un último murmullo me preguntas 
si he visto el Hudson,
si tengo memoria de su dilatado cauce.
Te contesto que no, y tú sonríes
y me dices “es una puta chulería”
mientras juegas con tus lentes
y prosigues el diálogo con tu cadenciosa voz:
“En Guatemala al Poeta se le trata con respeto,
a la bailarina con respeto -es tu hermana-,
y a mis amores con respeto
-es tu sobrina, sabemos-.
Aquí se le trata con un veremos si llegas a la fama
y con un adiós si no lo haces.
Pero ya todo está escrito”, sentencias.

Y de repente sonríes feliz
dichoso de que exista la amistad,
de que puedas develar tus secretos
contra la pérfida envidia y los malsanos deseos,
sonríes alegre de que exista la inocencia,
de que haya existido Popa,
y me dices que la alegría
es una tarde explayada jugando baloncesto,
un mal café en Starsbucks los mediodías
o uno bueno algún sábado en la noche en Kasalta,
y por un instante eres feliz
y más brillante que esas aguas
que un día sumarás a tu memoria
y murmuras unas palabras agradecidas a nuestro encuentro,
a la felicidad enardecida de haber nacido juntos 
a la literatura.

Pero el viento no murmura
cuando lanza sus dardos de sonido 
sobre el silencio.

Agotado tu oído por el filo continuo del esfuerzo
una palabra aun no revelada
remedó el beso oscuro de la traición
en un mediodía que fue tu Gólgota.
Desde un malentendido de acuosos significados
tu oído apagado dictó algún terrible signo 
a tus sienes
y te sentiste obligado a la eterna despedida.
Allí quedó alojada una palabra que no encontró sustitutos
en las demás voces que ensayé sobre tu vacío de sonidos
sin que evitaran el coraje de tu partida
y esa palabra desconocida fue la rúbrica
que selló el desencuentro.

¡Ay Arnaldo, vana fue mi llamada desde el silencio
para llegar a tu oído
y de acero de lluvia tu puente sobre las aguas!

(De una hondura de falsas palabras
el río profetizado saltó para abrazarte
y desde su inmunda sed de historias
pasea hoy tu nombre)

cd

Prendido a tu caída de valiente
el Hudson te golpea te arrastra te asfixia te hiela te rompe
te desmiembra te deshace te lleva
te empuja te hunde te levanta te revuelve
porque el cariño de su beso no tiene piedad
porque el abrazo de su espejo es inmisericorde
porque el recibimiento de su hondura es definitivo
porque su caricia es devoradora
porque su amor es para siempre
y porque tú, poeta emancipado,
te lanzaste a sus aguas como prueba última
de que también tú amas desde lo profundo.

Hoy, refugiado en su rugir monótono
ese indiferente río ya no puede revelarme
cuál fue la palabra que escuchaste
en tus oídos mediados por artilugios sin poesía
y que te levantó airado de aquella mesa.
Solo sé que un día ese río saltó 
para llevarte en sus fauces
haciendo sangre de verdad tu verso
y que acogida en sus inmensas aguas
es tu poesía la que revela tu verdadera 
y última palabra.
Solo sé que el único verso realmente dicho
fue la sinécdoque que marcó tu muerte 
sobre la vida.

(Y ese terrible río sigue, indiferente, en su cauce.
Pero tú murmuras, Arnaldo,
tu acompasada voz siempre murmura.
En cafés de mediodías o noches,
tu voz de poeta siempre murmura)

8 de noviembre de 2018


A Vanessa Droz, que llora cuando escucha sus canciones



En 1966, asomado a la puerta de la cocina de la casa de mi abuela allá en Buen Consejo escuché por primera vez cantar a Charles Aznavour. O lo que es lo mismo, escuché por primera vez la canción Venecia sin Ti. Nunca supe si fue él o fueron sus canciones, o si sencillamente fue todo el siglo pasado, o un junte de todas esas cosas, pero escuchándolo sentí un sabor que no sabía qué cosa era y que más tarde supe que se llamaba nostalgia. Nostalgia por un sitio. Nostalgia por un amor. Por el asombro de que las cosas, llegadas a su tiempo, podían ser algo muy distinto a lo que esperabas. Nostalgia, al fin y al cabo desnuda y pura nostalgia.
         Pero niño de seis años entonces, como buscando otra Venecia, crecí, pero distinto a Aznavour, me quedé entonces sin mí. Sin la casa aquella en la que escuché por vez primera su canción y sin ninguno de los habitantes de mi antiguo hogar.  Es más, me quedé incluso sin Charles Aznavour porque ahora él también, y destemplado y sin aviso de canción alguna, se ha muerto.
       Así de sencillo. Ha muerto Charles Aznavour. Supongo que ahora sabremos quién será su relevo así como él supo de las nuevas edificaciones que ocuparon el espacio de sus jóvenes bohemias en París. Pero hay algo que me sabe tan raro como la primera vez que escuché su vieja canción.

Dos años antes de su partida, con motivo de cumplir sus 92 años Aznavour decía que no miraba hacia el pasado porque eso nada componía. Que miraba hacia el futuro porque esa era la llamada de la vida. Pues muy bien dicho por él, porque a cada cual debe respetársele la mirada que da a sus cosas.
Solo que yo no sé por qué me ha dolido tanto la pérdida de su amor de Venecia y la fuga de los sueños de sus bohemias juveniles, ni por qué hoy, empecinado como él en mirar hacia el futuro, aun la nostalgia de su vieja canción, escuchada hace ya tantos años, me deja sentado en el recuerdo.
No miro al pasado, dijo. Pero a mí me ancla tanto su muerte y el día de aquella su primera canción sin que pueda cambiar de allí mi mirada.

6 de julio de 2018

El asombro que no cesa

Teoremas del asombro: Israel Ruiz Cumba


El poeta sabe quién se lava los dientes frente a él cada mañana mirándolo desde el espejo y se reconoce en el principio de identidad que lo salva de la locura: es el poeta mismo. Y para mejor reconocerse sabe la tragedia de la melancolía en las tardes y le da el nombre de recuerdo. Presencia y tiempo lo constituyen pero lo hacen con la doblez de la luz: el asombro de ser en sí mientras se está yendo. El poeta vive en lo mismo, ama lo mismo, se decanta contra la fugacidad de lo mismo, pero se asombra, como si siempre las cosas fueran nuevas, como si no fueran a conocer el cambio del mañana. Contradictorio, el poeta se asoma para ver el sol cada mañana porque lo ama y quiere verlo, y, apenas mira el astro se persigna y dice, ¿pero cómo, tú ahí de nuevo?
           

Raro el poeta que se asombra de lo que quiere apresar. Y para no caer en la locura de la contradicción, o cuanto menos para sobrellevarla, la teoriza, le asigna un presunto orden de comprensión y cordura para poder cerrar la boca que permanece abierta mirando las cosas que él mismo ha construido en belleza.

           

El poeta Israel Ruiz Cumba lo hace estableciendo unos teoremas que le permitan comprender en lo posible el asombro del mundo. Del mundo síquico, ese estar interno con que vive, y de ese otro mundo que corresponde a la res que Descartes llamó externa y Heráclito nombró como un río. Da cuenta de estos teoremas en su último libro, Teoremas del asombro.

           

Tan raro como lógico: el primer registro de su asombro es el asombro mismo: la poesía que nos encandila y pasma frente a lo que vemos. En Teoremas del oficio, primera parte del libro su primer teorema viene forzado: es sobre el oficio que llama de escriba, su ejercicio poético. La proposición a esto (que tiene la obligación de ser básica para ser el sostén de lo restante que viene luego) es que se ejerce (el oficio, la poesía) sobre “un fenomenal tapiz”. Esto es, sobre un mucho que es divergente y ordenado en sí mismo (tapiz), y que solo se presenta incidentalmente en el tiempo (fenomenal). Y la aprehensión de ese tapiz efímero se recibe en claridad y en esa misma claridad se apaga por des-lumbramiento:


“Soy aquel que teje ciego con luz…”.

            (p.11)

Y de ahí, de ser ciego por tanta luz cegadora, se deriva en un oficio que se ejerce, forzosamente, sobre un “arte impuro” (no se ve, no se acierta en su comprensión) y se aborda un arte que no es nunca estable pero es siempre el mismo. Pero, aun en la evanescencia e inaprensión el oficio viene forzado:


“Soy la soberana araña

que hila su red en el espejo

y en el tiempo deja estela precaria queriendo ser casa.”

            (p.11)

El teorema parece establecido: el poeta, ciego de luz, “a-sombro”, quiere hacer sobre un mero reflejo (espejo) casa, nostalgia habitable para el entendimiento de lo efímero. Israel Ruiz Cumba encuentra casa en la telaraña de su poesía, porque el poeta vive en el trasluz (para los derrideanos cultos: en la deconstrucción) de la palabra. 


Y no lo hace necesariamente por elección propia, sino que nace destinado a. Y ese es el segundo teorema del oficio. Israel, del pueblo costero de Humacao (para los cultos que necesitan referencia, otro Mediterráneo pero con una historia más íntima y pequeña) quiso ser marino,


“Una vez pensé que mi camino era el mar…

Pero me buscaban los nombres claros,

las palabras oscuras me acechaban…”

                        (p. 12) [énfasis suplido o restado, no sé, el texto está libre de academia]


Y una vez tomado por la vocación irreductible de las palabras, cegado por la luz de las cosas, sobreviene esa gnosis poética que se llama locura. El poema El loco es la rendición de cuentas de la condición del poeta: hago lo que hacen, lo hago como lo hacen, me visto como se visten, pero no parto ni llego de dónde parten o llegan los otros. Y se introduce entonces la otra parte del teorema: la gnosis poética, la locura, que no padece del vicio de ocultarse sino de la desfachatez de mostrarse: el poeta forzosamente visible, de un oficio público, un ser tímido de un oficio audaz.


En el poema Exhortación del loco se hace esta nombradía de fe pública en la gnosis poética:

            “No sé a qué le tienen tanto miedo

            Si yo soy el loco perfecto,

¿no me ven en la mirada perdida

y en el vicio incurable de la escritura”

                        (p 13)

Y entonces, y solo entonces, en medio de la poesía, llega el tiempo como argamasa del oficio: y se establece la tragedia: tomado por la vocación, ciego, difuso y loco por la belleza, de repente te enteras de que vives pero habrás de marcharte.


“De repente el día:

Potro rabioso galopando hacia la sombra.


¿Qué oponerle, en verdad, qué oponerle a su paso?”

                        (p 15)

Y queda rendida la última proposición del teorema. El escriba recibe, para su oficio, el dictado de la belleza que es la disolución en sí misma. El poeta recibe el dictado del tiempo.

Y ya  visto eso, que no es poco sino mucho, Israel dice (se atreve a hacerlo) cuál es la herramienta del oficio de escriba, el poema.


-Disgregación zen antes de mencionar el poema en que lo hace: no explique la belleza de un atardecer. Usted dice algo sobre el atardecer o señala su belleza, pero no la explica, para eso está la tarde. Por lo tanto, no voy a hablar del poema titulado ¿Qué es un poema? No lo voy a hacer. Es demasiado bello. Es un poema “zapata”, es decir, un poema madre, nodriza, puerto, atracadero o despegue, qué sé yo, pero que incluiré en una antología que no estoy haciendo titulada Antología íntima universal de los poemas bellos. Aclarado ese punto cierro la disgregación zen-


Impulsado por los Teoremas del oficio vienen los Teoremas de las formas en fuga. Estos poemas podrían constituir la mejor parte del poemario como no fuera que las demás partes también lo hacen. En la presentación del tiempo y sus expresiones, tema tan de siempre y tan de nunca (la Iliada es la historia de un cansancio, diez años de lucha y ya querían volver a casa) se toma de frente, se establecen teoremas sobre él devenir, aunque no lo parezca, pues el poeta se declara insolvente de palabras frente a un tiempo que lo evapora sin recato. En el poemario (que en su construcción no habrá seguido ese orden) el asombro frente al tiempo se constituye en un cuestionamiento de su imposible no existencia.

El primer poema de esta parte, Teoría del tiempo, se decanta tanto por la inefabilidad del tiempo como tema así como la aceptación física de su inmanencia:


“Si un pájaro,

cualquier pájaro de dos alas pleno…

detuviera su vuelo en la absoluta mitad del aire,

¿qué sería de la tarde

y su destino de sombra?”

            (p23)
           

Esto es, si lo que se define en sí mismo por su movimiento, (un pájaro, no una ave, arrebol de ternura innecesaria contra la tragedia, sino un pájaro en su dureza descriptiva)  se detuviera en el espacio de la acción-vida, se detendría el mismo tiempo, en una imagen en donde el más intrascendente de los relativos, el espacio de vuelo, se torna en absoluto, como si detenernos en el día nos sacara de la vida misma.


-Segunda disgregación zen para el gusto del monje:  ¡qué lástima que el poema no finalice en ese verso y añada dos estrofas luego de esa interrogación fatal!- Aun así, junto al poema de José Luis Vega de Yo soy el Cuervo, es uno de los poemas más bellos de la lírica puertorriqueña en donde se mencionan pájaros de vuelo y será incluido en una antología que no estoy haciendo sobre estas aves. Fin de la segunda disgregación zen.-


Esta segunda proposición de su teorema sobre el tiempo finaliza con una advertencia velada al lector indicándole que los teoremas son poéticos y no matemáticos. Esto, presentado la inefabilidad del asunto tratado:


“¿Qué tendría yo que decir del tiempo

que no fuera

que pasa

y es despiadado

e inmenso

y que ocurre en las cosas más pequeñas e invisibles…?

                                    (p 24)

Las proposiciones de lo inescapable e inefable del tiempo encuentran su punto álgido: el sujeto que mira la forma fugaz y no puede enunciarla con exactitud, también padece de fugacidad. Es susceptible de morir incluso por esa fugacidad. Pero solo susceptible. Porque la muerte en sí misma, como en el caso de Epicuro, una vez que ocurre se deshace. Por tanto la muerte se constituye en teorema poético no en su ocurrencia, sino en la tragedia de su posible eventualidad, es decir, en su conocimiento de evento inescapable resultante del tiempo que se observa. Y ese es el meollo poético que causa asombro. Las formas están en fuga, y poeta va con ellas… y lo sabe.  Y ese pathos que resulta del equilibrio de lo que se está marchando contra el dolor del poeta que quiere su permanencia,  es el nervio central de la proposición:


“Darse soberbio al silencio al que tanto se teme.

No ser más que un músculo rojo que late.

Olvidarse de que tal vez

No se verá nunca más a los que se quiere.”

                        (La fe del que duerme, p. 29)

Incluso la ciudad, que son calles, casas, edificios, a los que ni la física cuántica más osada puede negarles solidez y dureza, también es forma fugaz, y no solo lo es en ella misma y su eventual difuminación, sino como hija de la imaginería de sus transeúntes y como fuente de recuerdos en sus paseantes. La dicotomía del fenómeno que causa el asombro del poeta reside en que el fondo de la ciudad, que es la utilidad y convivencia de sus habitantes, se ampara, precisamente, en la fugacidad de esos habitantes. Y esto resulta, como un círculo vicioso inagotable, en la fugacidad de la ciudad misma: el espectador, al mirarla, la ve desaparecer:


“Ciudad, tú no existes…

Porque tú no existes,

le presto a tu geografía mi pulmón

para que respires

y exista el olor de tus rosas…”

            (Ciudad, tú no existes… p.30)

En esa lírica de la ciudad se presenta el poema de corte impresionista de Las muchachas se ríen en el bar seguido del poema Calle San Sebastián, los primeros poemas escritos en tiempo presente, en un aparente contraste con el segundo, cuyo tiempo es el pasado. Pero, en la línea curva del tiempo ambos estadios son el mismo pues pertenecen al recuerdo.


El poema siguiente, La Sed, como todos los poemas del libro, es un poema en sí mismo. De hecho, todos los poemas de este libro deben leerse y disfrutarse como piezas independientes unas de otras, porque lo son, y en un alto grado. En este poema tratamos con un caballo que, bebiendo nada, cree beberlo todo, y con esa falsa nada se sacia. Visto así, igual puede leerse como la historia de un caballo tonto que como la de un caballo trágico y en ambos casos, como poema, está muy bien logrado. Lo que ocurre es que el poema está engarzado en un libro que lo sobresee. Lo toma para un valor distinto, y se constituye en el valor reflexivo, filosófico, del poema. En este poema la sed es el ansia humana de permanencia que, en apego o desapego, nunca está saciada.


-Tercera disgregación zen. No se afirma que el poeta, ni lo humano en sí mismo, tenga un ansia absoluta de saciarse. Solamente se dice que no se sacia pero atraviesa el espejismo de hacerlo. El teorema del poema evoca la tragedia declarada en el Eclesiastés: Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. Eclesiastés 3:11, esto es, la hermosura de la fugacidad se posee desde la contradicción de ser observada por una criatura que posee la eternidad en su corazón [también mortal])-


To be or not to be es una gran cuestión, pero lo lamento, El caballo de Heráclito, poema siguiente que bien valdría como horma para la construcción de poemas cortos, la supera. La solución de la fugacidad del tiempo en medio precisamente de no solucionarlo, es un poema que no debe leerse mucho: también la cordura tiene su valor aunque sea funcional.


“El caballo bebe ansioso del móvil cristal del río

y se va.

El río besa ansioso los belfos sedientos, enfebrecidos,

y se va.


¿Cuánto del río se va en el caballo;

cuánto del caballo en el río se va?”

                                                (p 36)


Dudas y deseos de Pegaso joven, poema excelente en tanto poesía, es, en razón del plano filosófico del libro, la concatenación lógica a la que debe llegar el asombro ante el tiempo: lo estático, aunque bello, quiere probarse en el movimiento mismo que habrá de traicionarlo.


Un tercer asombro hay. El del amor y su presencia. Si ya el libro ha oscilado entre el asombro del mundo interno (oficio) y el externo (tiempo), ahora descubre el punto que los ata, el apego o amor, eterno o efímero, según sea del corazón o del orificio diría el poeta. Pero ese amor que se mira con asombro se presenta vasto y extenso y cubre varios estadios del ser sin aparcelarse perennemente en ninguno.


Los Teoremas de la Summa Amatoria, tercera parte del poemario, parten con un denso verso de Gonzalo Rojas a manera de epígrafe, ¿Qué se ama cuando se ama? Tanto el título como el epígrafe, uno, la Summa, como la de Aquino, para tratar de totalizar lo inefable, y el otro, el epígrafe, para sugerir que todo amor es trascendente a sí mismo y quien ama una mujer o un hombre ama el cosmos y sus consecuencias, anuncian que el asombro ante el amor es una constante vivencial del poeta.


El primer texto, prosa o verso largo y encadenado (la distinción no me es clara ni necesaria), La felicidad, sitúa al poeta en una niñez eterna al referirse a un tiempo pasado que no fue mejor sino permanente por lo acogedor de la memoria que evoca. El texto se construye sobre la inocencia de la imaginación, de la apetencia buena de los sentidos gustativos y sexuales, y de los retazos de soledad de un niño que mira al mar excluido de la posibilidad de participar en los deportes comunes de los otros niños por su falta de habilidad. El niño, así puesto, es todo pulso quieto, un dínamo adocilado que, en medio de su despertar (aun ignorando que despierta), se solaza, en medio de su voy y me quedo, en un túnel de bondad que se cobija bajo el eslogan de un hombre bueno llamado Pacheco que le repite “Felicidad empieza con la ‘F’ de Fillers, quédate en tu niñez.”


-Cuarta disgregación zen. Al monje le encanta el poema y lo embarga de una sinestesia de luz, calor y olor a sal total-


Los siguientes poemas, ¿La mirada es el espejo del alma?, Viendo la película Cinema Paradiso, Milagro de este viernes, Añoranza del paraíso, Habla el hereje enamorado, Intuición de un adiós, danzan alrededor del amor como nostalgia de las cosas,  y como deseo, descubrimiento y encuentro físico del otro. La proposición aquí es clara: no hay proposición ninguna que no sea la aceptación y el solaz de lo que ocurre. El amor está ahí, creando goce y memoria y, de alguna manera, burlando al tiempo de la mortalidad humana.


En Milagro de este viernes la proposición de que el amor es una totalidad cuya característica principal es poder particularizarse, cobra vigencia. La poesía como cobertura (embodiment) o representación del amor  es,  a su vez, tomada por una representación visible, concreta, que la asume: la mujer. El poeta, que no reduce su asombro a una sola expresión del amor sino que reclama la amplitud de su trascendencia, no por ello declina el encuentro físico amoroso donde ve solaz y trascendencia a un tiempo. La única Summa o totalidad presente en el mundo de los sentidos.


-Quinta disgregación zen. Ni el budismo tántrico ni el Kama Sutra del kundalini son lectura obligada. Pueden intuirse en poemas como este.-


El próximo poema, Salvando el polvo, trabajado en esa forma que llamamos poema es una escuadra excelente. Debería estar incluido en una antología del poema con humor -no tienen que ser humorísticos- en Puerto Rico.


Casi como cosa obligada los poemas de cumpleaños son expresiones tristes. En Israel Ruiz Cumba no es para menos. La reflexión ante el paso del tiempo no se hace para la auto congratulación, sino porque de alguna manera nos sentimos en débito con la vida. Cumpleaños número 45, el siguiente poema, es, desde esa expresión, un punto de equidistancia entre los recuerdos y la esperanza en medio del sopor que da el paso del tiempo. ¿De qué se asombra aquí el poeta? De nada. ¿Cuál es la proposición del poeta? Ninguna En medio del camino solamente está lo que estuvo en su partida: la escritura y la espera.


Antecedido por el poema Conjuro de amor se presenta entonces Confesión del egoísta, donde el poeta, detenido en el punto de su media vida, ese cruce donde pasado y futuro se sueñan iguales, mira, con asombro o sin él, que su soledad íntima y dolorosa se ha establecido como tema ineludible en su quehacer poético.

“Yo hubiera querido ser de otro modo, escribir cosas más relevantes para lo humano. Ser alegre y no hablar tanto de  mí mismo. En verdad que hubiera querido decirles cosas de apretada casa junta como me vi tentado a hacerlo.”

            (p 57)

Sin embargo, visto el amor que el poeta ha mostrado por sus cosas en los anteriores textos el lector no puede estar seguro de que el poeta haya querido apasionadamente tener una expresión poética distinta a la de su dolorido sentir. Todos los textos, incluida la Confesión, indican que es precisamente esa soledad lo que le brinda la hondura poética a Ruiz Cumba… y esa fatalidad no puede renunciarse.


El último poema explica en lo obvio por qué la Summa es Summa, o por qué el Todo es el Todo. Poesía, tiempo, vida, mujer, amor, muerte, todo es un mismo depósito en la inevitable disolución de las cosas. Visita de la muerte (monólogo), hermoso y doloroso poema, es el teorema que no se resiste a sí mismo. La entrega. El asombro que se abuele a sí mismo.  Recibiendo a la muerte como a su amada le dice,


“Como fiel amante tendré que destruirlo todo

Para que no haya nada ni nadie antes o después de mí.”

(p 58)


Y está dicho, es el último poema.



La historia de la lírica puertorriqueña está por hacerse, incluso en un país como el nuestro de variadas antologías. Todavía no se ha escrito nada más épico que el romance castellano. Dar cuenta de sí, volcarse, es dar cuenta del mundo. Este libro lo hace. Da cuenta de un poeta y con esa cuenta, de un mundo y un entorno. Esa antología, que desmoche falsedades y falsos dolores y padecimientos que más reales serían si no fueran proclamados buscando reconocimientos, me tienta. La última ocasión en conversarla, para que queden las cuentas claras, fue con el poeta Jan Martínez. Si un día se hiciera los poemas de Israel Ruiz Cumba serían obligados.

Libro de poemas que se lee dos, tres veces y más, es poesía.  Este es uno de ellos.



Que valga el juicio de la lectura un viernes, a 6 de julio de 2018


Vale 

Gilberto Hernández