Pareciera que toda expresión sobre poesía puertorriqueña, más o menos de siempre, (la expresión, digo, que no la poesía) no puede brindarnos más que por milésima vez‑ tópicos y lugares comunes en el remedio simplista de remontarse a los mismos textos (valiosos) y luego darlos como únicos. En esta ocasión se añade, no obstante, una pretendida objetividad en la apreciación de nuestra poesía. El escrito titulado "A propósito de cierta poesía puertorriqueña de fines de siglo XX y comienzos del XXI" adjudica sus tópicos y lugares comunes al acontecer poético de "casi toda América Latina". Esta aludida objetividad es parca: no revela qué parte de América Latina ocupa el espacio de ese "casi" vindicado en la vía de la excepcionalidad. Pero no importa, la mención de Puerto Rico nos atañe a nosotros.
La antología
cabalga, nos dice el autor del escrito, entre los textos que canoniza en su
imaginario (aunque no necesariamente sean, aclara, palpitantes, o vivos o
necesarios, -supongo que no es una canonización a lo Harold Bloom), y textos
que son, en su fondo, la expresión de un sujeto y sus reducidas (el
calificativo es mío) dimensiones personales. Esto es, el elemento lírico
biográfico. Esa habla lírica es, dice, un fantasma que recorre Madrid y lo que
llama "nuestra región", que, al igual que el “casi” anterior se
presenta sin definir. Esto es, la antología, salvo el canon invocado
(incluso con un valioso poeta que por cuestión de edad no está antologado), es
la construcción de un lirismo sin mérito épico alguno que el de un monótono
"yo" del que se dice ‑no sabemos a qué cuento‑, que, si no es parido,
es empujado por un Neruda, que, sofocado en su propia historia personal,
lo endilgó a sus influenciables lectores poetas. Pues bien, a mí,
que siempre me ha parecido que La Iliada es un hermosísimo canto lírico
aderezado de nostalgia de unos hombres que se llamaron Homero, y la
clasificación de “épica” un estado forzoso de los taxidermistas literarios, no
me viene a cuento el reparo que se hace en este escrito. De hecho, sin
adscribirme a escuelas de crítica es pertinente recordar que el
estructuralismo, desde su modalidad francesa hasta Barthes y sucedáneos,
entendían que toda la lingüística del entorno convergían en ese pobre y triste
“yo” que podía presentar un solo y escueto poema. La famosa estructura era, en
su primer término, el habla de la sociedad toda sobre el escritor. Claro está,
el "yo" no es la única expresión poética, pero ha sido, por su
condición lírica precisamente, por su falso carácter unitario, la configuración
épica de nuestros tiempos. Y eso ha sido así porque tras la revolución
industrial y el advenimiento de las masas el fenómeno multitudinario solo
resiste su otredad en el sujeto particular que se le revela como única
antítesis posible: el yo como sujeto lírico. Por eso On te road, de
Jack Kerouac, es una épica, aunque trate de un individuo que está viajando en
su vehículo convertible. Por eso las expresiones épicas más altas de los
últimos siglos (y que se preparen los venideros para no superarlo) encontraron
su asiento en el lirismo encendido en Walt Whitman y Charles Baudelaire.
Pero a la otra mejilla le corresponde un gran acierto en este escrito, aunque
no me parezca que sus expresiones cobren pertinencia en relación a la antología
comentada. Me refiero a la mención hecha de esa mala costumbre que se trata de
pasar como una cuestión literaria de mérito: la creación literaria, el poema
concretamente, practicado como un ejercicio de forzada cuenta lírica que solo
sirve para llenar páginas, así como facturar frases de ingenio como expresiones
poéticas. Pero estas son cosas que no pueden decirse sin más ni más.
Compadezco a Fernando de Herrera, “el Divino”. El maestro del manierismo ‑porque
los manieristas son válidos, supongo… ¿o son descartables, por “más de lo
mismo”, como se descartaron los poetas en esta crítica?‑, se quejaba en su
tiempo de “la multitud de escritores que, teniendo una pluma, daban por
llamarse poetas”, (refraseo libre). Hoy, con las impresiones digitales a
mano, el asunto anda peor. Y, si para suma se le añade el eco que ha tenido
Ernesto Cardenal, tras su “Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido…”, que
coronó de ingenio la poesía hispanoamericana, y Mario Drummond de Andrade con
su “mundo mundo vasto mundo se eu me chamasse raimundo” -ambos poetas
muy mal leídos y peor interpretados, a mi juicio, en muchos ocasiones- tenemos unas
configuraciones que pasan por poesía sin serlo. El escrito expone la
situación así:
“Por otro
lado, precozes “(sic) o decepcionados, que lo erótico, el haiku, la bautade son
tan sólo un ingrediente más o un escorzo del poema; que lo contrario ‑el monopolio
de ello en el poema‑ es cansón o redundante exhibicionismo. Todo el mundo
es más o menos inteligente o arrecho.”
La
coincidencia de pareceres no podría ser mayor como no lo fuera la alegría de
que sigamos, desde diferentes latitudes, diciendo lo mismo. Y es importante que
muchos poetas tomen cuenta de esto.
No obstante, en este punto presento una aclaración que no solo me parece
oportuna, sino necesaria. La antología comentada, a la que no relevo de fallas
ni aciertos ‑no lo hago, oh petulancia humana, siquiera con Dios‑ presenta otra
situación. Este tipo de poesía corta, de ingenio, de haikús o golpes de gracia
súbitos, presenta, mayoritariamente, dos logros. En primer lugar, mucha de esa
poesía viene, camina en dirección de, presentarse como el noúmeno poético, la
esencia, del asunto o tema que presente en su tema. Y dije “viene, camina en
dirección de”, porque muchas veces no lo logra, pero su pretensión es valiosa
para la poesía y su ejercicio. En ese sentido esta poesía breve se presenta en
esta antología: por haber alcanzado el logro de su pretensión. El segundo
reclamo que este tipo de poesía presenta es, y cómo no hacerlo, el dominio del
lenguaje que cada poeta debe tener como norte y práctica. Nada más válido.
Pero, en la línea de las coincidencias me parece, ya hablando en términos
generales, que el abuso de este recurso “es cansón y abundante
exhibicionismo”. Pero anotemos: el uso de estos recursos en la antología
viene a presentarse como una de las posibilidades poéticas de algún poeta; no
como la expresión total de su poesía; por eso
precisamente se antologa, no se totaliza. No caigamos en la
historia del que pide un traje que ha visto en el escaparate y, cuando se lo
traen a vender pregunta por el maniquí que lo traía puesto.
¿Vallejo? Pues como cualquier otro poeta mayor que se buscara en la antología.
Prácticamente todos serían encontrables. Hasta Macedonio Fernández, ¿por qué
no?, a la hora de citar poemas de ingenio. Las herencias no son malas lecturas
ni desaciertos de la memoria. Yo por mi parte lo doy por bien leído. Ya ven,
nos enseñó, como otros poetas nuestros, a escribir con autenticidad y sin
miedo.
Para quien quiera referirse a lo anotado por Pedro Granados remito el enlace.