22 de octubre de 2019




El Hudson es ancho y ajeno.
Apenas cabe en tus ojos miopes
que miran hacia la libertad de las formas ocultas
pero una sola de sus gotas le bastó
para presentir tu presencia suave y almidonada
sobre el mundo.

Oculto en el silencio un sueño te acuciaba
y desde sus transparencias cálidas
un río corría a tus recuerdos:
Brotando de tus ojos un hilo de agua acechaba
en nuestra mesa
y cercaba nuestro diálogo sin apuros.

Sentado frente a mí murmurabas
"Ya todo está escrito,
no hay solidaridad entre los poetas puertorriqueños, 
todo es dolor y desconsuelo”,
y ese río encontraba eco en tu murmullo
y explayaba su falsa transparencia
en cada una de tus palabras.

El dolor no importa, te respondo.

Pero tú no escuchas.
Prefieres hablarme de Popa, de la muchacha dominicana
por la que una vez lo abandonaste todo,
y detrás de tu diálogo enardecido
el Hudson emprende su marcha
escondido en tu saliva de poeta tímido.

(Ese río que buscándote es ancho pero no es ajeno,
y tu sueño es la bandada de aviones diarios
que llegan a sus costas vistiéndolo de innoble indiferencia)

Ahogado en un mal café continúas murmurando
“El Libro de Sí, ese es mi libro. 
El anterior no,
pero no hay solidaridad entre los poetas puertorriqueños,
solo amor incestuoso, falso,
que nunca es correspondido”
y ríes divertido de tus palabras.

(Y el Hudson corre con más fuerza
hacia tus risas adoloridas 
como si fuera un eterno retorno,
como la fantasía nitcheniana
que vuelve una y otra vez a abrazarte)

Y en murmullo de augurios desde tu tristeza
la fatalidad te envuelve
y revelas una verdad que sonaba a fantasía:
“Tendré que morir pronto”, me dices.
“Lo haré yo o lo hará mi cuerpo,
pero ya todo está prescrito en el tiempo.
Una enfermedad me llevará
o me llevará el Hudson.”

(Ay Arnaldo, tú lo sabes,
los poetas nunca mentimos pero jamás decimos la verdad.
Entonces, ¿cómo creerte
si ajenos al tiempo y a las sombras
la luz y la oscuridad se confunden 
en nuestras bocas?
¿Cómo saber que hablabas en serio
si decir “me lanzaré al Hudson”
puede ser un verso tan bueno como cualquier otro
en la boca de un poeta?)

No habrá muerte, te digo, ignorando tu falseado verso,
y regresas a Pinguin y a tu relato de mal de amores
para esconderte de ti mismo,
para refugiarte en ese espacio
en el que estás siempre acechándote.

(Pero ya el Hudson se ha desatado irremediablemente
y ansioso de ti corre sediento hacia tu cuerpo,
porque ese río no tiene aguas,
porque ese río anda abrasado de soles,
porque ese río busca la hondura de sí mismo,
porque ese río se asfixia de una sed
que sólo los poetas pueden saciarle)

Y triste es el destino.
Yo sigo desconociendo de sus aguas,
sigo creyendo que todo es un verso mal escrito
que sale de tu boca.

Pero la realidad se levanta sin metáforas
y en un lugar del planeta
que no es la plaza en la que a diario tomamos café
el Hudson existe y se acuesta 
como un dragón de diamante
esperando por ti con falsa paciencia.
Acostado desde Nueva York a New Jersey
se estira sobre 506 kilómetros de longitud,
se revuelve con sus amplios lomos de agua
en los que ayer condujo antiguos exploradores,
en los que paseó barcos que hoy son leyenda,
y como una serpiente enardecida se desplaza
helando caminos a su paso,
recibiendo aviones que se estrellan en sus espaldas,
y espera con su rugir indolente 
tu memoria de poeta suicida
para alimentar de belleza la fuerza de sus aguas)

En un último murmullo me preguntas 
si he visto el Hudson,
si tengo memoria de su dilatado cauce.
Te contesto que no, y tú sonríes
y me dices “es una puta chulería”
mientras juegas con tus lentes
y prosigues el diálogo con tu cadenciosa voz:
“En Guatemala al Poeta se le trata con respeto,
a la bailarina con respeto -es tu hermana-,
y a mis amores con respeto
-es tu sobrina, sabemos-.
Aquí se le trata con un veremos si llegas a la fama
y con un adiós si no lo haces.
Pero ya todo está escrito”, sentencias.

Y de repente sonríes feliz
dichoso de que exista la amistad,
de que puedas develar tus secretos
contra la pérfida envidia y los malsanos deseos,
sonríes alegre de que exista la inocencia,
de que haya existido Popa,
y me dices que la alegría
es una tarde explayada jugando baloncesto,
un mal café en Starsbucks los mediodías
o uno bueno algún sábado en la noche en Kasalta,
y por un instante eres feliz
y más brillante que esas aguas
que un día sumarás a tu memoria
y murmuras unas palabras agradecidas a nuestro encuentro,
a la felicidad enardecida de haber nacido juntos 
a la literatura.

Pero el viento no murmura
cuando lanza sus dardos de sonido 
sobre el silencio.

Agotado tu oído por el filo continuo del esfuerzo
una palabra aun no revelada
remedó el beso oscuro de la traición
en un mediodía que fue tu Gólgota.
Desde un malentendido de acuosos significados
tu oído apagado dictó algún terrible signo 
a tus sienes
y te sentiste obligado a la eterna despedida.
Allí quedó alojada una palabra que no encontró sustitutos
en las demás voces que ensayé sobre tu vacío de sonidos
sin que evitaran el coraje de tu partida
y esa palabra desconocida fue la rúbrica
que selló el desencuentro.

¡Ay Arnaldo, vana fue mi llamada desde el silencio
para llegar a tu oído
y de acero de lluvia tu puente sobre las aguas!

(De una hondura de falsas palabras
el río profetizado saltó para abrazarte
y desde su inmunda sed de historias
pasea hoy tu nombre)

cd

Prendido a tu caída de valiente
el Hudson te golpea te arrastra te asfixia te hiela te rompe
te desmiembra te deshace te lleva
te empuja te hunde te levanta te revuelve
porque el cariño de su beso no tiene piedad
porque el abrazo de su espejo es inmisericorde
porque el recibimiento de su hondura es definitivo
porque su caricia es devoradora
porque su amor es para siempre
y porque tú, poeta emancipado,
te lanzaste a sus aguas como prueba última
de que también tú amas desde lo profundo.

Hoy, refugiado en su rugir monótono
ese indiferente río ya no puede revelarme
cuál fue la palabra que escuchaste
en tus oídos mediados por artilugios sin poesía
y que te levantó airado de aquella mesa.
Solo sé que un día ese río saltó 
para llevarte en sus fauces
haciendo sangre de verdad tu verso
y que acogida en sus inmensas aguas
es tu poesía la que revela tu verdadera 
y última palabra.
Solo sé que el único verso realmente dicho
fue la sinécdoque que marcó tu muerte 
sobre la vida.

(Y ese terrible río sigue, indiferente, en su cauce.
Pero tú murmuras, Arnaldo,
tu acompasada voz siempre murmura.
En cafés de mediodías o noches,
tu voz de poeta siempre murmura)

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