Hoy, que tanto está de moda hablar de Bobby Fisher, recuerdo que ya lo había hecho, por admiración y sorpresa ante la vida del ajedrecista, y no por admiración a mí mismo.
No sé si hubo tantos Bobby Fisher como escaques tiene un tablero y tuvo la vida de aquel ajedrecista de Chicago, ni sé tampoco por qué hoy reducen a la altura de la pena, el mito y a la dádiva de ser víctima, la vida de Norma Jean Mortenson, Marilyn Monroe, mientras que de Bobby Fisher nadie dirá que fue la víctima de la guerra fría, o del infausto destino, o simplemente de las casillas, eternas y limitadas, del ajedrez que cuadraron su mente, o si vio más de cerca que la propia Marilyn las trampas del juego. No lo sé.
Sé que amerita este poema. Y que algunas noches no haya bajado a jugar.
Bobby Fisher
Apertura española:
En una pequeña habitación de Chicago
un niño recibe entusiasmado su primer regalo
(aun no sabe que será el último que recibirán sus manos).
Absorto, mira el pequeño tablero de ajedrez
que la suerte trajo ante sus ojos
sin saber que desde un oscuro cuadro
un predestinado peón adelanta dos pasos
en la columna del Rey
y el destino empieza a jugar su partida:
(revelada u oculta, el primer escaque siempre lo cruza la vida)
Posicionando sus piezas el Azar,
dos calles más abajo
un club de ajedrecistas establece su recinto
completando la apertura
y el hijo del hombre encuentra piedra donde recostar su cabeza:
el caballo sale de su madriguera buscando recorrer el mundo.
Seducido por el abismo del movimiento
el niño descubre el tono del misterio:
la prefiguración más inocente
será siempre un enigma
a los ojos de quien la mire desde lo profundo.
De siempre es el Orden,
sentado en su pupitre de la vieja escuela del barrio
su terco profesor retira de sus manos el misterioso juego
y el niño descubre que ya lo tiene grabado en su memoria.
Entonces el alfil sale a la batalla
y el incipiente jugador siente que el refugio de su mente
será siempre su lugar más seguro.
2
Las fichas de los días ejecutan sus movimientos
y avanzan, cruzan, se entorpecen, toman para sí
y los peones de las horas pueblan el tablero.
Con acompasada sutileza
un joven ajedrecista se coloca en la mirada del mundo.
Los movimientos son esquivos
y las suertes son aparentes.
No importa si trazadas, lineales o curvas,
las columnas son fractales que siempre desatan su nudo
y cada peón puede ser Rey un día
si terco y obstinado continúa su porfía
contra su propia muerte.
Con el rostro oculto en sus manos
el obstinado ajedrecista atisba su propio futuro:
él es el Rey que un día visitará el abismo,
el peón que cruzando el fuego
se decapitará a sí mismo desde la sombra.
3
La pasarela de las formas construye al ojo:
los Reyes curan su afán al amparo de sacrificadas Reinas
y escudan su prepotencia en el miedo a la derrota.
Siempre un rey busca vencer otro rey
o caer tendido en el intento.
Pero en vano los hombres querrán dictar una historia
que ya está escrita
en un tablero que es infinito
pero tiene sus números predeterminados.
Los movimientos no conocen el número de lo posible
pero el fin siempre es invariable:
los hombres caen cuando muere su reina.
4
Frente a frente, dos hombres deshacen poderosos imperios.
Se olvidan del mundo y se convierten en piezas
que libran su propia batalla perdidos en el tiempo,
se tornan en tristes guerreros que vislumbran para sí
el tamaño de un instante eterno.
Al espesor de la contienda
aquel pequeño joven se hace gigante a los ojos del mundo.
Avances, gambitos, rectas, diagonales, retrocesos,
gambitos, avances, jaques, enroques,
diagonales, avances, gambitos, jaque, tablas,
salidas, avances, y algún día, mate.
(Siempre cae un Rey porque todo inicio
encuentra final algún día)
5
No importa el orgullo de la victoria
el juego separa la pasión de sueño
cuando el Rey declara su nombradía en la muerte.
Vencido el espejismo de victorias y derrotas
se descubre que en la frontera de las líneas
cualquier pieza puede convertirse en reina
y cualquier monarquía declarar su pobreza.
Ajeno al destino impuesto
cada hombre debe destruir la carga
que el azar impone sobre sus días.
6
Construido sobre sí el libre albedrío
lleva el peso de su propio tablero.
Herido de su propio peso un vencido ajedrecista
avanza con sus pesos contra la injuria del mundo.
No hay negras ni blancas,
las columnas no ordenan sus escaques en el número preciso
ni las piezas fijan sus movimientos para el ataque.
Como queriendo girar sobre sí mismo
el caballo voltea su rostro hacia el lado
pero ya no encuentra sus últimos pasos.
El Rey descubre su puesto de soledad en el tablero
y posicionado en línea primera de escaque real
hace su enroque contra el vacío:
no importa caiga o levante
nadie hace tablas contra la muerte.
Jaque.
Gilberto Hernández
publicado en De otra memoria
(Entre lo cierto y lo dudoso)
Antología apócrifa