20 de mayo de 2024

Hoy, que tanto está de moda hablar de Bobby Fisher, recuerdo que ya lo había hecho, por admiración y sorpresa ante la vida del ajedrecista, y no por admiración a mí mismo.

No sé si hubo tantos Bobby Fisher como escaques tiene un tablero y tuvo la vida de aquel ajedrecista de Chicago, ni sé tampoco por qué hoy reducen a la altura de la pena, el mito y a la dádiva de ser víctima, la vida de Norma Jean Mortenson, Marilyn Monroe, mientras que de Bobby Fisher nadie dirá que fue la víctima de la guerra fría, o del infausto destino, o simplemente de las casillas, eternas y limitadas, del ajedrez que cuadraron su mente, o si vio más de cerca que la propia Marilyn las trampas del juego. No lo sé.

Sé que amerita este poema. Y que algunas noches no haya bajado a jugar.


Bobby Fisher


Apertura española:

En una pequeña habitación de Chicago

un niño recibe entusiasmado su primer regalo

(aun no sabe que será el último que recibirán sus manos).

Absorto, mira el pequeño tablero de ajedrez

que la suerte trajo ante sus ojos

sin saber que desde un oscuro cuadro

un predestinado peón adelanta dos pasos

en la columna del Rey

y el destino empieza a jugar su partida:

(revelada u oculta, el primer escaque siempre lo cruza la vida)


 

Posicionando sus piezas el Azar,

dos calles más abajo

un club de ajedrecistas establece su recinto

completando la apertura

y el hijo del hombre encuentra piedra donde recostar su cabeza:

el caballo sale de su madriguera buscando recorrer el mundo.



Seducido por el abismo del movimiento

el niño descubre el tono del misterio:

la prefiguración más inocente

será siempre un enigma

a los ojos de quien la mire desde lo profundo.

De siempre es el Orden,

sentado en su pupitre de la vieja escuela del barrio

su terco profesor retira de sus manos el misterioso juego

y el niño descubre que ya lo tiene grabado en su memoria.

Entonces el alfil sale a la batalla

y el incipiente jugador siente que el refugio de su mente

será siempre su lugar más seguro.


 

2

                Las fichas de los días ejecutan sus movimientos

y avanzan, cruzan, se entorpecen, toman para sí

y los peones de las horas pueblan el tablero.

Con acompasada sutileza

un joven ajedrecista se coloca en la mirada del mundo.


 

Los movimientos son esquivos

y las suertes son aparentes.

No importa si trazadas, lineales o curvas,

las columnas son fractales que siempre desatan su nudo

y cada peón puede ser Rey un día

si terco y obstinado continúa su porfía

contra su propia muerte.


 

Con el rostro oculto en sus manos

el obstinado ajedrecista atisba su propio futuro:

él es el Rey que un día visitará el abismo,

el peón que cruzando el fuego

se decapitará a sí mismo desde la sombra.


 

3

La pasarela de las formas construye al ojo:

los Reyes curan su afán al amparo de sacrificadas Reinas

y escudan su prepotencia en el miedo a la derrota.


 

Siempre un rey busca vencer otro rey

o caer tendido en el intento.

Pero en vano los hombres querrán dictar una historia

que ya está escrita

en un tablero que es infinito

pero tiene sus números predeterminados.

Los movimientos no conocen el número de lo posible

pero el fin siempre es invariable:

los hombres caen cuando muere su reina.


 

4

Frente a frente, dos hombres deshacen poderosos imperios.

Se olvidan del mundo y se convierten en piezas

que libran su propia batalla perdidos en el tiempo,

se tornan en tristes guerreros que vislumbran para sí

el tamaño de un instante eterno.


 

Al espesor de la contienda

aquel pequeño joven se hace gigante a los ojos del mundo.

Avances, gambitos, rectas, diagonales, retrocesos,

gambitos, avances, jaques, enroques,

diagonales, avances, gambitos, jaque, tablas,

salidas, avances, y algún día, mate.


 

(Siempre cae un Rey porque todo inicio

encuentra final algún día)



5

No importa el orgullo de la victoria

el juego separa la pasión de sueño

cuando el Rey declara su nombradía en la muerte.


 

Vencido el espejismo de victorias y derrotas

se descubre que en la frontera de las líneas

cualquier pieza puede convertirse en reina

y cualquier monarquía declarar su pobreza.

Ajeno al destino impuesto

cada hombre debe destruir la carga

que el azar impone sobre sus días.


 

6

Construido sobre sí el libre albedrío

lleva el peso de su propio tablero.

Herido de su propio peso un vencido ajedrecista

avanza con sus pesos contra la injuria del mundo.

No hay negras ni blancas,

las columnas no ordenan sus escaques en el número preciso

ni las piezas fijan sus movimientos para el ataque.

Como queriendo girar sobre sí mismo

el caballo voltea su rostro hacia el lado

pero ya no encuentra sus últimos pasos.


 

El Rey descubre su puesto de soledad en el tablero

y posicionado en línea primera de escaque real

hace su enroque contra el vacío:

no importa caiga o levante

nadie hace tablas contra la muerte.

Jaque.


Gilberto Hernández

publicado en De otra memoria

(Entre lo cierto y lo dudoso)

        Antología apócrifa